El grupo escuchaba la molestia de Daniela, sabiendo que ella tenía las mejores razones para sentirse así: “La sesión pasada al salir de aquí, mientras subía a mi coche, vi como algunos de ustedes se quedaron hablando de mí en la calle. No puedo decir exactamente de qué, pero estoy segura que les molesta el que yo sea tan callada en los encuentros. No sé por qué la gente siempre habla de mí a mis espaldas, no entiendo por qué no me dicen las cosas de frente. ¡Me molesta la hipocresía y la falta de honestidad!”.
El grupo, al escuchar las palabras de Daniela, supieron que se trataba de un episodio paranoico, una de las tantas ideas que de pronto se apoderaban de su mente y la paralizaban.
Si bien la paranoia puede configurarse como un trastorno de la personalidad, también es cierto que todos, en algún momento de la vida, hemos sufrido a consecuencia de fantasías paranoides.
La paranoia es este sentimiento que se apodera de nosotros cuando sospechamos de lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Sin darnos cuenta comenzamos a malinterpretar lo que estamos percibiendo. Aparecen ideas absurdas u obsesivas, que no tienen ningún fundamento, pero sí la suficiente fuerza para lastimarnos y atormentarnos.
Pero ¿qué es lo que provoca que en una persona se puedan activar estos pensamientos paranoides? Principalmente el miedo a no significar para alguien.
Daniela era una mujer que recientemente había cumplido 40 años, vivía sola y siempre expresó la dificultad que tenía para establecer vínculos importantes en su vida: “Siento que ya estoy lista para tener una pareja y formar una familia, pero no sé por qué eso no ocurre. Conozco a alguien, me entusiasmo, y al poco tiempo me decepciona. A veces me pregunto si soy yo, con mi actitud, la que está echando a perder las oportunidades que la vida me ha dado”.
Una de las grandes tragedias de nuestra existencia se origina en la sensación de no ser tomados en cuenta por nadie. El ser humano lo puede soportar casi todo, salvo saberse insignificante en la vida del otro. Estas fantasías paranoides, entre otros motivos, aparecen como una defensa contra la sensación de indiferencia; “prefiero pensar que alguien quiere hacerme daño, a sentir que nadie piensa en mí”. En otras palabras, una persona que se siente poco perteneciente, sola y olvidada, echará mano de estas ideas infundadas para atribuirse un poco de importancia personal. Es decir, parece que para cualquier persona es mucho más fácil lidiar con emociones como el miedo y la desconfianza a tener que enfrentarse a su propia desolación (Grosz, 2014).
Sin embargo, existen también otras explicaciones con respecto a este sentimiento. La paranoia puede ser además una manera de lidiar con el odio; “prefiero pensar que tú quieres hacerme daño a mí, a aceptar que el que quiere dañarte soy yo”. Es una forma de darle la vuelta a nuestro coraje, sin necesariamente tenernos que responsabilizar de nuestros afectos destructivos. Por el contrario, nos colocamos como la víctima y no como el verdugo.
Por otro lado, aquella frase popular: “del odio al amor solo hay un paso”, relata por sí misma otra de las razones por las que aparecen nuestras fantasías paranoides. El odio en pareja es aquel sentimiento que surge cuando queremos destruir y controlar a nuestro persecutor, que en realidad queremos amar, pero no podemos; “por eso prefiero pensar que te odio y tú me odias, a tener que aceptar mis deseos amatorios por ti”.
Pero cuando este sentimiento se convierte en un acto recurrente, el paranoide se las arreglará muy bien para hacer realidad sus más temidas fantasías, y de esa manera justificar su manera de vivir.
“Yo no sé por qué las personas me rechazan. A veces me pregunto si mi vida estará destinada al fracaso y a la soledad”. Esta frase se había convertido, literalmente, en la tarjeta de presentación de Daniela. Lo dijera o no, eso es lo que ella proyectaba con su actitud, su hermetismo se había convertido en un arma para controlar la distancia de quien intentara acercarse. Era su manera de hacerse notar por los otros, pero sin necesariamente ser mirada por nadie.
Si de pronto alguien hacía esfuerzos por vencer esa barrera, Daniela insistía, sin darse cuenta, en provocarlos. La sesión pasada hubo quien genuinamente se interesó en ella, pero fue tanta la cercanía, que se asustó, así que su manera de colocarlos nuevamente atrás de la raya fue tachándolos de hipócritas y deshonestos. Así funciona la mente del paranoico, necesita demostrarse a sí mismo que su tesis ha sido comprobada; “¡yo no alucino, es real, la gente me quiere hacer daño!”.
Todas las preguntas que siempre nos hemos hecho en relación a nosotros tienen respuesta en el grupo. Así que hoy fue uno de esos días en los que Daniela, por fin, estuvo dispuesta a recibir lo que este espacio tenía que ofrecerle: “No me había dado cuenta de lo que provoco en los demás con mi distancia. Escuchar lo que ustedes, sinceramente, piensan de mí es un regalo. Toda la vida me he hecho daño con estas ideas paranoicas, pero además, como bien dicen, encargándome de que finalmente se hagan realidad. El precio que he pagado por convencerme de que la mente del otro ha sido ocupada por mí, es muy alto. La realidad es que me siento muy sola, así que prefería pensar que me querían lastimar, a imaginarme que yo podía serles insignificante”.
Las fantasías de Daniela permitieron que el grupo se adentrara en sus propias ideas paranoides, hacia todo aquello que su mente ha fabricado para impedir sentirse olvidados:
“Siempre he pensado que mi exesposo me odia y que lo único que busca es hacerme daño. Eso por supuesto que me hace odiarlo de vuelta. Pero hoy que reflexiono sobre cómo del odio al amor sólo hay un paso, me doy cuenta del gran coraje que me provoca que lo nuestro haya terminado. Qué difícil es aceptar que todavía lo amo, y que verlo haciendo su vida con otra mujer, me parte el alma. Es momento para adentrarme en el duelo que había querido posponer. Tengo que parar con estas ideas paranoicas que en el fondo me hacían sentir que yo todavía era importante para él”.
“Últimamente, por las noches escucho ruidos, primero pensé que podía ser un animal, pero después sentí que había alguien que me observaba en algún lugar escondido y que estaba buscando la noche perfecta para atacarme. Desde que murió mi esposo siento un enorme vacío. Llegar a mi casa y saber que nadie me espera ha sido muy difícil. Hoy me doy cuenta cómo he preferido vivir aterrada, a tener que enfrentarme al dolor de su ausencia”.
“Juré que mi jefe me odiaba, y ahora que me ofreció una promoción, me quedé sorprendido. Hoy puedo ver que esa sensación de rechazo fue una manera de manejar la envidia que yo siento por él. Para mí era menos amenazante sentir que él me odiaba, a aceptar que soy yo el que no lo tolera. Su generosidad fue una manera de hacerme ver que no tengo nada que temer, porque todo está en mi mente”.
El espejo de la técnica grupal
El grupo permite que cada participante pueda conocer su propio sistema de pensamientos, creencias y valores. Cuando eso ocurre, nos detenemos a reflexionar sobre lo siguiente: ¿esta manera de pensar me ha funcionado?, ¿me ha permitido vincularme a los demás? Y conforme los participantes ensayan diferentes maneras de relacionarse con el grupo, sus respuestas comienzan a cobrar un mayor significado.
Todos podemos vernos reflejados en estos espejos…
No existe peor lamento que sentir que nada de lo que somos le importa al otro. La experiencia de Daniela nos revela las defensas que hemos tenido que construir para evitar confrontarnos a la indiferencia. Dejemos de jugar a las escondidillas con la vida, porque el placer que da escondernos, pronto se convierte en la tragedia de que nadie nos encuentre (Winnicott, 1963).
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¿Cómo la paranoia y un Autoconcepto devaluado podrían estar relacionados? ¿Consideras que la paranoia y una personalidad rígida están vinculadas? ¿Qué estrategias consideras podrían utilizarse para detener este tipo de pensamiento destructivo?
Referencias Bibliográficas
Ruiz, A. (2017). Curso II, Huella de Abandono. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-ii-huella-de-abandono/
Ruiz, A. (2017). Curso VIII, Semiología de la Muerte. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-viii-semiologia-de-la-muerte/
Winnicott, D. (1963). Communicating and Not Communicating. Oxford: University Press.
Grosz, S. (2014). The examined life. W.W. Norton & Company: New York.
Texto: Natalia Ruiz
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